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miércoles, 11 de enero de 2017

LA TIERRA DEL OLVIDO: LA INSUMISA MANUELITA SÁENZ




“Estaban iniciando en la cama los retozos del amor, él desnudo y ella a medio desvestir, cuando oyeron los primeros gritos, los primeros tiros, y el trueno de los cañones….Manuela lo ayudó a vestirse a toda prisa, le puso las pantuflas impermeables que ella había llevado puestas, pues el general había mandado a lustrar su único par de botas, y lo ayudó a escapar por el balcón con un sable y una pistola…  Estas líneas extraídas de la obra El General en su laberinto, de García Márquez, resumen lo que más se destacó de Manuela Sáenz Aizpuro hasta bien avanzado el siglo XX. Manuelita Sáenz, como familiarmente se le conocía, figuraba en los textos escolares como la amante de Bolívar, que ayudó a éste a escapar de la conspiración septembrina de 1828. Y punto.

Con el paso del tiempo y el reconocimiento de su figura como algo más que la de ser  compañera sentimental y salvadora de Bolívar, la dama quiteña Manuela, hija de Simón Sáenz de Vergara, hidalgo español y de la criolla María Joaquina de Aizpuro, ha sido objeto de investigaciones que han sacado a la luz su perfil más sobresaliente: haber sido la precursora del feminismo en tiempos coloniales. No sólo combatió y participó en varias batallas por la independencia del Nuevo Reino de Granada;   también transgredió todas las normas sociales establecidas. La primera, la de la insumisión hacia su marido.

Manuela quedó huérfana de madre nada más nacer.  Con las monjas aprendió el arte de la repostería, el bordado, el inglés y el francés. Ello le servirá posteriormente cuando sufre el exilio tras la muerte de Simón Bolívar. Con la mujer de su padre, Juana del Campo y Larraondo, cultivará la lectura. Con su hermano por parte de padre, José María Sáénz,  tendrá una relación tan fraternal que a través de él, como oficial del Batallón Numancia de las tropas libertadoras a cargo del general Antonio José de Sucre, se interesará profundamente por la causa independentista.  Ve por primera vez a Bolívar desde un balcón, cuando los ejércitos leales hacen su entrada a Quito. Iba preparada para ese encuentro a  distancia; lanzó un ramo de rosas  con la intención de que éste cayese a los pies del caballo del Libertador, pero justo golpea el pecho del General, y cuando éste  alza la mirada se topa con la de Manuela ruborizada, y le sonríe. En un encuentro posterior él le dirá : “Señora, si mis soldados tuvieran su puntería, ya habríamos ganado la guerra a España”.

Se casó por conveniencia a los 19 años con el médico inglés James Thorne  que le doblaba la edad, y al que Manuela nunca llegará a amar. De él ella misma decía, que era un hombre que reía sin reir, respiraba pero no vivía y le generaba las más agrias repulsiones. Le abandona, se fuga con Bolívar. Participa en la Batalla de Pichincha, en la de Ayacucho, y es ascendida a coronela por el General Antonio José de Sucre.

Es ella quien comunica por carta al inglés que da por terminado su matrimonio. Este hecho es tal vez el que más odios y repulsas provocó en la sociedad de entonces. Un sentimiento que perduró incluso hasta hace muy poco en la mentalidad masculina de aquellas tierras latinoamericanas, y en las timoratas mentes femeninas. Hoy  por fin  se le reconocen sus méritos personales, su valentía como mujer, al hacer de su vida personal un ejemplo del derecho al que tiene toda mujer para elegir por si misma su propio destino.

Por Eleonora Sachs

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