Voy a empezar este relato con alegría y con afán, porque en la población de Plato, a orillas del colombiano río Magdalena un hombre se volvió caimán. Tan popular este porro en los años cincuenta, llegó a España por Canarias y desde allí bajó a la península quedando conocido sólo el estribillo de “se va el caimán se va el caimán, se va para Barranquilla”.
¿Y cómo llegó a
Barranquilla? Casi nadie sabe la historia, pero casi toda una generación madura
tararea la canción. Lo cierto es que
aquel hombre caimán, llegó hasta la desembocadura del río Magdalena, conocida
como Bocas de Ceniza, a la altura de Barranquilla y ya más nadie volvió a saber
de él.
Esta es la
historia de un pescador llamado Saúl Montenegro, un negro fornido con un diente
de oro que le brillaba cuando sonreía y se divertía espiando a las mujeres que
iban a bañarse a las riberas del río.
Inspirado en
esta leyenda el barranquillero José
María Peñaranda Márquez albañil y electricista de profesión, que no se separaba
de su tiple ni de su guitarra ni de su acordeón compuso la célebre canción allá por los años cuarenta con
ritmo de porro. El ingenio de las gentes
hizo lo demás. Convirtió al animal prehistórico, pariente de los cocodrilos, en
un símil de los jefes de Estado y
políticos de larga duración, porque
están que se van y se van, pero no terminan de marcharse. Se cuenta que muchos
músicos modificaron ligeramente y con cierta ironía su letra, trocando
Barranquilla por banquillo, y así el caimán en lugar de irse para Barranquilla se va para el banquillo.
Saúl, el
pescador, para no ser visto por las mujeres del pueblo que lavaban la ropa y
al tiempo se refrescaban desnudas en las tibias aguas del Magdalena pidió a un
brujo guajiro que le convirtiera en caimán. Le preparó entonces dos pócimas.
Una roja que lo convertía en caimán y otra blanca que le devolvía su figura
humana. Saúl pidió a un amigo que le acompañase hasta el río para que se
encargase de toda su metamorfosis llevando consigo los dos botes con sus
pócimas. Pero el compinche en cuanto le echó la roja se asustó tanto al ver aquel inmenso lagarto
que olvidó que fuese su compañero. Sobresaltado dejó caer el bote con la pócima
blanca que fue a dar contra unas inmensas piedras del río salpicando la cabeza
del caimán, que recobró la cara del pescador, el mismo Saúl, pero su cuerpo
siguió siendo el de un alegatórido.
Desde hace 40 años
Edgar Romanos, colombiano de ojos tan azules como el mismo mar Caribe,
descendiente de libaneses, mantiene viva la memoria del hombre caimán. Le
apasionó la leyenda narrada por su maestro de escuela, Virgilio Difilipo,
amante de la mitología griega. El docente escuchó a una mujer hablar de un
pescador plateño convertido en caimán y le agregó sus ingredientes personales
para hacer la leyenda más atractiva, cautivando con su narración a Romanos. Desde los 14 años a Romanos le dio por disfrazarse como el
reptil cuando llegaba diciembre. A
fuerza de perseverar con el atuendo para mantener viva la leyenda nació el
Festival más famoso de El Plato, el Festival del hombre Caimán, que se sigue
celebrando del 15 al 19 de diciembre. En él participan y concursan las bandas o
papayeras de regiones aledañas de la
zona, que interpretan la canción de Peñaranda, quien hasta su muerte en 2006
brilló como cantautor. Del hombre caimán
hay una escultura en la ribera
del río Magdalena de esa localidad justamente donde, según la leyenda, el
pescador divisaba derretido de amor a las mujeres tomando el baño, y otra en la plaza algo más burda y deteriorada
El Plato es una
ciudad que sí existe, y se encuentra al norte de Colombia, en el departamento
del Magdalena. Del caimán sabemos que es ya una especie protegida; reptil sigiloso, astuto y depredador. En los años
treinta, en Colombia se les llamaba caimanes a los políticos muy avispados. También puede ser un “reptil”
deportivo de la carretera con caja de cambios automática de doble embrague como
el Cayman Porsche; o un sitio seguro (ya
no tanto, ¡ afortunadamente!) y blindado, como las islas Caimán, a donde llegan
sin hacer apenas ruido los grandes capitales no declarados en origen. Caimán se
titula la obra teatral de Antonio Buero Vallejo, donde dramatiza los
turbulentos años 80 de España. Y hoy también es posible en este mundo que cualquier
caimán nunca llegue a Barranquilla, sino al
banquillo.
Por: Eleonora
Sachs
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