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lunes, 20 de febrero de 2017

LA TIERRA DEL OLVIDO: HISTORIA DEL HOMBRE CAIMÁN



Voy a empezar este relato con alegría y con afán, porque en la población de Plato, a orillas del colombiano río Magdalena un hombre se volvió caimán. Tan popular este porro en los años cincuenta, llegó a España por Canarias y desde allí bajó a la península quedando conocido sólo el estribillo de “se va el caimán se va el caimán, se va para Barranquilla”.
¿Y cómo llegó a Barranquilla? Casi nadie sabe la historia, pero casi toda una generación madura  tararea la canción. Lo cierto es que aquel hombre caimán, llegó hasta la desembocadura del río Magdalena, conocida como Bocas de Ceniza, a la altura de Barranquilla y ya más nadie volvió a saber de él.
Esta es la historia de un pescador llamado Saúl Montenegro, un negro fornido con un diente de oro que le brillaba cuando sonreía y se divertía espiando a las mujeres que iban a bañarse a las riberas del río.
Inspirado en esta leyenda  el barranquillero José María Peñaranda Márquez albañil y electricista de profesión, que no se separaba de su tiple ni de su guitarra ni de su acordeón compuso la  célebre canción allá por los años cuarenta con ritmo de porro. El  ingenio de las gentes hizo lo demás. Convirtió al animal prehistórico, pariente de los cocodrilos, en un símil de los jefes de Estado y políticos de larga duración, porque están que se van y se van, pero no terminan de marcharse. Se cuenta que muchos músicos modificaron ligeramente y con cierta ironía su letra, trocando Barranquilla por banquillo, y así el caimán en lugar de irse para Barranquilla se va para el banquillo.
Saúl, el pescador, para  no ser visto por  las mujeres del pueblo que lavaban la ropa y al tiempo se refrescaban desnudas en las tibias aguas del Magdalena pidió a un brujo guajiro que le convirtiera en caimán. Le preparó entonces dos pócimas. Una roja que lo convertía en caimán y otra blanca que le devolvía su figura humana. Saúl pidió a un amigo que le acompañase hasta el río para que se encargase de toda su metamorfosis llevando consigo los dos botes con sus pócimas. Pero el compinche en cuanto le echó la roja  se asustó tanto al ver aquel inmenso lagarto que olvidó que fuese su compañero. Sobresaltado dejó caer el bote con la pócima blanca que fue a dar contra unas inmensas piedras del río salpicando la cabeza del caimán, que recobró la cara del pescador, el mismo Saúl, pero su cuerpo siguió siendo el de un alegatórido.
Desde hace 40 años Edgar Romanos, colombiano de ojos tan azules como el mismo mar Caribe, descendiente de libaneses, mantiene viva la memoria del hombre caimán. Le apasionó la leyenda narrada por su maestro de escuela, Virgilio Difilipo, amante de la mitología griega. El docente escuchó a una mujer hablar de un pescador plateño convertido en caimán y le agregó sus ingredientes personales para hacer la leyenda más atractiva, cautivando  con su narración a Romanos. Desde los 14 años  a Romanos le dio por disfrazarse como el reptil cuando llegaba diciembre.  A fuerza de perseverar con el atuendo para mantener viva la leyenda nació el Festival más famoso de El Plato, el Festival del hombre Caimán, que se sigue celebrando del 15 al 19 de diciembre. En él participan y concursan las bandas o papayeras de regiones aledañas de la zona, que interpretan la canción de Peñaranda, quien hasta su muerte en 2006 brilló como cantautor. Del hombre caimán  hay una escultura  en la ribera del río Magdalena de esa localidad justamente donde, según la leyenda, el pescador divisaba derretido de amor a las mujeres tomando el baño, y otra  en la plaza algo más burda y deteriorada
El Plato es una ciudad que sí existe, y se encuentra al norte de Colombia, en el departamento del Magdalena. Del caimán sabemos que es ya una especie protegida; reptil  sigiloso, astuto y depredador. En los años treinta, en Colombia se les llamaba caimanes a los políticos muy avispados. También puede ser un “reptil” deportivo de la carretera con caja de cambios automática de doble embrague como el Cayman Porsche; o un sitio seguro  (ya no tanto, ¡ afortunadamente!) y blindado, como las islas Caimán, a donde llegan sin hacer apenas ruido los grandes capitales no declarados en origen. Caimán se titula la obra teatral de Antonio Buero Vallejo, donde dramatiza los turbulentos años 80 de España. Y hoy también es posible en este mundo que cualquier caimán  nunca llegue a Barranquilla, sino al banquillo.


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Por: Eleonora Sachs

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